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EL VUELO QUE NO VOLÓ.

Crónica del libro: Historias de la Noche 2

Por: Efraín Marino @efrainmarinojr – Desde algún lugar entre el cielo y Manhattan


Escribo esta crónica desde la barra de un restaurante que da la ventana de techo a piso, donde se ve pasar la ciudad de New York, mi amigo el dj toca un set de música americana, celebrando el 4 de Julio.

A veces perder un vuelo es ganar una historia, no lo supe sino hasta que, entre el afán y el sudor de una conexión perdida, me encontré con ella: Isabela, una mujer que parecía haber pactado con el tiempo para no envejecer jamás o que entre sus cremas y perfumes guardaba el retrato de Dorian Grey.

El reloj marcaba las 4:43 p.m. en el aeropuerto Internacional de Miami, y aunque el altavoz gritaba mi nombre como si pudiera devolverme el avión que ya rodaba por la pista, entendí que mi destino, por ahora, era otro.

Nos conocimos en la fila del servicio al cliente de American Airlines. Llegamos sin aire, como dos maratonistas que no alcanzaron la meta, corriendo de la Sala de abordaje D38 a la D16, para luego regresar a la D37; pero que aún teníamos aliento para hablar; La fila era larga, pero la conversación fue más extensa; fue allí, entre quejas, lamentos y maletas impacientes, donde ella soltó su historia como quien abre un frasco de perfume fino: poco a poco, envolvente, inolvidable.

Isabela se especializa en belleza cosmética y cuidado personal, y aunque ya es una mujer mayor —como ella misma dice con orgullo, no con resignación— se ve tan bien que parecía haber bajado de un comercial, no de un avión. “El secreto es quererse”, dijo mientras se retocaba los labios con la precisión de una artista plástica. Iba de vacaciones rumbo a Atlanta, a reencontrarse con unos amigos de años, pero la vida, con su habitual desparpajo, le había cambiado los planes a último minuto.

En esa sala de espera, donde el aire acondicionado no alcanzaba a calmar los ánimos, ni el café a calentarlos; su charla me devolvió la tranquilidad. Hablamos de política, rutinas de belleza y de rutinas de vida; de cómo también el alma necesita exfoliación y descanso, me confesó que muchos de sus pacientes no buscaban verse jóvenes, sino sentirse vivos, y que el verdadero tratamiento estético empieza cuando uno se atreve a mirarse sin filtros.

Isabela; una venezolana ciudadana américana con voz de terciopelo y temple de acero, dijo: “La belleza es resistencia”, en medio de una carcajada. En su maleta llevaba cremas, cepillos y promesas, pero también traía historias: de mujeres que se reconstruyen frente al espejo y de hombres que encuentran en un corte de cabello la oportunidad de empezar de nuevo.

Pasaron tres horas como si hubiesen sido tres minutos. Cuando finalmente nos reubicaron en vuelos diferentes, nos abrazamos como viejos conocidos. “Fue un gusto perder el vuelo contigo”, me dijo. Y yo asentí, porque hay pérdidas que llegan con recompensa.

Perdí un avión a Nueva York, pero gané una historia con nombre propio, mirada brillante y piel de quien ha aprendido a cuidarse desde el alma. Isabela no voló ese día, pero me dejó volando con su forma de vivir, de hablar y de resistir con gracia, y mientras abordaba mi nuevo vuelo, entendí que algunas personas no necesitan alas: ya son vuelo.

 
 
 

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